Lo que esta en juego entonces es desconstruir la mirada oficial dominante para indagar en otras discursividad es que devuelven nuevas miradas de lo juvenil. Esta operación parte de la constatación del debilitamiento crónico de los mecanismos tradicionales de socialización: la educación se muestra perpleja ante el crecimiento del ejercicio de sus desertores, el trabajo formal es socavado aceleradamente por el virulento efecto multiplicador del empleo informal, la política se diluye en el cálculo procedimental y en la racionalidad del consenso, etc.
Dicha operación requiere una ruta que tome distancia de los datos globales, un camino que explore –a caso desprejuiciadamente- “en la voluntad micro-utópica que busca aglutinarse en tribus” o en las micro-texturas que atraviesan a la subjetividad juvenil de fin de milenio. Una ruta que divague para recuperar las conversaciones, las micro-memorias, las gestualidades y las ritualidades simbólicas que los jóvenes despliegan en el espacio local. Emulando a García Canclini (1995), uno de los puntos nodales que se liga con el descrito gesto, es precisamente el dejar hablar a la ciudad, mas que hablarla vale decir, escuchar lo que la ciudad nos tiene que contar, dejar que las teorías nativas puedan expresarse a partir de su propio ritmo, el ritmo lento de la territorialidad y de la narratividad, que coloca entre paréntesis el vértigo y la velocidad de la información en un Santiago globalizado.
Esto seria lo que podríamos llamar como la apuesta – no solo por encontrarse con nuevos objetos de estudio-, si no que también por instalar un desajuste de representación o significación que haga estallar las rutinas discursivas y el equilibrio funcional de categorías o estructuras preconcebidas.
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